El que hoy día tiene que tratar con niños y los observa, notará en creciente medida que se va desvaneciendo su capacidad de jugar. Ya no saben jugar; el juego, fenómeno primordial de toda evolución infantil, está en peligro: ya sea que degenere en un enfoque salvaje y desenfrenado, o bien que el niño caiga en apatía, estado de enfado y pasividad.
Este fenómeno es una señal de alarma que merece ser tomada muy en serio, ya que acusa un profundo cambio negativo en la constitución del niño. El que los niños de hoy no sean capaces de jugar por su desbordante plenitud vital, de sumergirse en cuerpo y alma en el proyecto lúdico, de desplegarse y transformarse imaginativamente a través del juego, es porque el cuerpo del niño se emancipa demasiado temprano de lo anímico-espiritual. En un desarrollo normal, el cuerpo, el alma y el espíritu han de mantener su unidad hasta la adolescencia. Antes de ese momento, el cuerpo como elemento sujeto a la gravedad, no debiera desprenderse de esta unidad, sino vibrar al unísono con la experiencia anímica. Hasta llegar a la madurez terrenal, la facultad anímica del niño debiera penetrar su cuerpo plenamente, y sólo en la medida en que sea capaz de ello, es realmente niño.
El que el hombre sea capaz de llegar a término consigo mismo y con su destino, o sucumba en el proceso como ocurre en muchos adultos, se debe esencialmente al grado de vigor y elasticidad anímico-espiritual que posea. Otro factor: nuestra época adolece de una visión insuficiente de aquellas profundas conexiones que le permitan a nuestra psique mantenerse activa, y así pueda el hombre, más adelante, encontrar en ella la energía efectiva, la auténtica facultad de dominar las dificultades que en la vida se le presenten.
El entusiasmo como energía vitalizadora
El entusiasmo es uno de los elementos más importantes para forjar un vigoroso núcleo de la personalidad y así, más adelante, hallarse el hombre en condiciones de enfrentarse con influencias negativas de la vida. Si el niño o adolescente se siente íntimamente estimulado y conmovido por las impresiones que salen a su encuentro; si no hace ni piensa nada sin que, al mismo tiempo, vibre íntimamente, se adiestran y se vigorizan sus energías anímicas. Sabemos todos lo que significa para el adulto el acicate de una gran idea y el dejarse llevar por su empuje ascendente. Quien se halle embargado de auténtico entusiasmo, notará de repente que desaparecen todos sus menudos achaques porque le satura el principio superior que se constituye en soberano del cuerpo achacoso.
Sin embargo, a edad avanzada ya no tiene sentido decirle al hombre: “debes aumentar tu actividad y elasticidad anímicas”, pues a menudo el organismo psicosomático se halla tan endurecido que ya no le es posible al espíritu vencer su resistencia. Si queremos lograr que nuestros hijos sigan siempre abiertos a las energías renovantes y rejuvenecedoras de la Idea, en vez de sucumbir prematuramente los procesos de senescencia y endurecimiento, hemos de depositar, incluso llevarles a sentir cómo pueden ser capaces de estar inmersos de algo, esto que no es particularmente difícil en su etapa de crecimiento, pues, en el fondo, todo niño normal está sediento de vivir con la última fibra de su cuerpo aquello que, en determinado momento, siente e intuye, en otras palabras, está sediento de entusiasmo vital.
Fragmento de monografía: Rudolf Kischnick